Mortificada
Hannah estaba mortificada. “Nadie puede enterarse de esto”, le suplicó a la peluquera mientras se le saltaban las lágrimas.
La peluquera encontró piojos en el pelo de Hannah: el chico no sólo le había echado un tubo entero de superglue en la cabeza, sino que se había acercado lo suficiente como para contagiarle los piojos a propósito.